Los chamos de ayer y de hoy
Viendo a mi hijo adolescente junto con sus amigos pegarse seis o más horas enchufados a juegos video, me salta a la mente la idea de lo monotemáticos que son hoy en día los chamos y como la tecnología ha cambiado la diversión de los niños. Yo nací y crecí (no mucho, por cierto) en Madrid en una familia de clase media baja (mas cerca del sótano que del primer piso) y recuerdo las diversiones de mi niñez tenían dos características, contrarias a las actuales. Una, no costaban nada; dos, hacían despertar la imaginación. Todos los implementos de los juegos de mi niñez eran elaborados por mí y/o por mis amigos. Las pelotas de fútbol era de trapo, las patinetas era de madera cortada por nosotros y por ruedas utilizábamos rolineras usadas. Hacíamos arcos y flechas con cañas y teníamos tremendas competencias de fútbol de mesa, pintando un mini campo en las aceras y jugando con tapas de refresco, las cuales forrábamos con tela.
Nuestros campos de fútbol eran las calles y la inversión mayor, que duraba hasta la adolescencia, era una perinola. Como medio de transporte utilizábamos los parachoques de los tranvías, desenchufando el trole (la barra de conexión a la línea eléctrica) cuando nos queríamos bajar.
Los viajes en tren a los pueblos cercanos tampoco representaban desembolso alguno. Simplemente nos montábamos en el tren y nos íbamos moviendo de vagón a vagón siempre adelante del cobrador.
El consumo de frutas también era gratis, pues teníamos ubicados por los alrededores de donde vivíamos suficientes jardines privados con árboles de peras, manzanas y membrillos que nos proporcionaban la fruta necesaria, si bien invariablemente la consumíamos verde. Por supuesto, dicho consumo no era totalmente del agrado de los dueños del lugar, quienes más de una vez nos ahuyentaban con escopetas de perdigones y alguna que otra bofetada.
El colegio donde, y que estudiaba, me quedaba como a 3 o 4km de distancia en una calle empinada, recorrido que hacía a pié cuatro veces al día, lloviera, nevara, con frío o con calor. Para suplementar el ejercicio, era frecuente que en cualquier ida o venida nos improvisáramos un partido de fútbol en la calle. Ah, se me olvidaba decir que vivía en un pequeño apartamento en un quinto piso, sin ascensor. ¿Quieren más aerobics?
El cine también nos resultaba gratis, pues en aquella época había en nuestro barrio, diversos cines al aire libre con tapias relativamente bajas, lo cual nos permitía saltarlas con facilidad. Por supuesto, de vez en cuando éramos atisbados por el vigilante quien finamente nos sacaba del recinto a patadas por el culo.
Las energías bélicas no las gastábamos, como hoy en día, en peleas contra monstruos de juegos de video. Nuestra pandilla declaraba guerras a otras de las calles vecinas, lo cual significaba normalmente partidos de fútbol que inexorablemente terminaban en trompadas o simplemente nos íbamos al territorio contrario a provocarlos y caernos a golpes. Por supuesto, al día siguiente nos retornaban el favor, haciendo ellos lo mismo.
Hacíamos también expediciones espeleológicas las cuales implicaban recorrer medio Madrid a través de cualquier túnel subterráneo que existiera. La emoción era precisamente hacer el recorrido y abrir la tapa de salida del túnel para ver cuan lejos habíamos llegado.
La capacidad de inventar distracciones era ilimitada. Muchas de las cosas que narro eran perpetradas no con afán de robo o de viveza, sino simplemente por la emoción que hacerlas representaba.
Lo curioso de todo es que éramos lo mas zanahoria que uno pueda imaginarse. No sabíamos de la existencia de drogas o alcohol o estimulantes de cualquier tipo. Respetábamos a las muchachas enormemente, al punto que si bien nuestro lenguaje intercalaba algún coño que otro, jamás utilizábamos vulgaridades enfrente del sexo femenino.
Fue sin duda una niñez muy feliz. Es curioso, me viene a la mente que las dos épocas mas felices de mi vida fueron mi niñez y mis dos años de estudiante en la Universidad de Nueva York. Digo que es curioso por que en ambos casos mi felicidad estaba en relación totalmente opuesta a mi disponibilidad de dinero.
Nuestros campos de fútbol eran las calles y la inversión mayor, que duraba hasta la adolescencia, era una perinola. Como medio de transporte utilizábamos los parachoques de los tranvías, desenchufando el trole (la barra de conexión a la línea eléctrica) cuando nos queríamos bajar.
Los viajes en tren a los pueblos cercanos tampoco representaban desembolso alguno. Simplemente nos montábamos en el tren y nos íbamos moviendo de vagón a vagón siempre adelante del cobrador.
El consumo de frutas también era gratis, pues teníamos ubicados por los alrededores de donde vivíamos suficientes jardines privados con árboles de peras, manzanas y membrillos que nos proporcionaban la fruta necesaria, si bien invariablemente la consumíamos verde. Por supuesto, dicho consumo no era totalmente del agrado de los dueños del lugar, quienes más de una vez nos ahuyentaban con escopetas de perdigones y alguna que otra bofetada.
El colegio donde, y que estudiaba, me quedaba como a 3 o 4km de distancia en una calle empinada, recorrido que hacía a pié cuatro veces al día, lloviera, nevara, con frío o con calor. Para suplementar el ejercicio, era frecuente que en cualquier ida o venida nos improvisáramos un partido de fútbol en la calle. Ah, se me olvidaba decir que vivía en un pequeño apartamento en un quinto piso, sin ascensor. ¿Quieren más aerobics?
El cine también nos resultaba gratis, pues en aquella época había en nuestro barrio, diversos cines al aire libre con tapias relativamente bajas, lo cual nos permitía saltarlas con facilidad. Por supuesto, de vez en cuando éramos atisbados por el vigilante quien finamente nos sacaba del recinto a patadas por el culo.
Las energías bélicas no las gastábamos, como hoy en día, en peleas contra monstruos de juegos de video. Nuestra pandilla declaraba guerras a otras de las calles vecinas, lo cual significaba normalmente partidos de fútbol que inexorablemente terminaban en trompadas o simplemente nos íbamos al territorio contrario a provocarlos y caernos a golpes. Por supuesto, al día siguiente nos retornaban el favor, haciendo ellos lo mismo.
Hacíamos también expediciones espeleológicas las cuales implicaban recorrer medio Madrid a través de cualquier túnel subterráneo que existiera. La emoción era precisamente hacer el recorrido y abrir la tapa de salida del túnel para ver cuan lejos habíamos llegado.
La capacidad de inventar distracciones era ilimitada. Muchas de las cosas que narro eran perpetradas no con afán de robo o de viveza, sino simplemente por la emoción que hacerlas representaba.
Lo curioso de todo es que éramos lo mas zanahoria que uno pueda imaginarse. No sabíamos de la existencia de drogas o alcohol o estimulantes de cualquier tipo. Respetábamos a las muchachas enormemente, al punto que si bien nuestro lenguaje intercalaba algún coño que otro, jamás utilizábamos vulgaridades enfrente del sexo femenino.
Fue sin duda una niñez muy feliz. Es curioso, me viene a la mente que las dos épocas mas felices de mi vida fueron mi niñez y mis dos años de estudiante en la Universidad de Nueva York. Digo que es curioso por que en ambos casos mi felicidad estaba en relación totalmente opuesta a mi disponibilidad de dinero.
5 Comments:
Sin duda alguna.. otros tiempos
Que entrañable lo que cuentas...me ha cautivado.
Los niños de hoy tienen una velocidad de reflejos que no tenían los niños de otras épocas,y desarrollan la imaginación de otro modo, pero puestos a elegir, entre las aventuras de la Play Station y las que tú cuentas, me quedo con las tuyas.Gracias por hacerme pasar un buen rato.
Veamoslo desde otro punto. Las cosas han cambiado muuuuuuchoooooo. Las calles no son igual de seguras, y las personas no son tan "amables" (por decirlo así) como antes... en resumen los tiempos no son los mismos.
Mi punto de vista :p
Te has vuelto tan ligero que ya no me visistas...ni se nada de ti...
Definitivamente una niñes feliz. Hay tantas cosas que se pueden disfrutar sin o con poco dinero, muchassssssssssss.
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