Despelote Parte III

Como he venido describiendo en posts anteriores, el despelote en Venezuela no es un hecho fortuito o casual. Los conquistadores españoles nunca se dieron cuenta del peo en que se estaban metiendo en esa descubridera en la cual andaban empeñados. Lo cierto es que las intenciones originales de los hispanos, al igual que los sajones en Norteamérica, era la de hacerse ricos lo más pronto posible a costa de los indígenas.
Como bien se sabe, la tradición europea, ya entronizada en el mundo griego y romano, era que las clases altas estaban llamadas a dirigir, a conquistar o a discutir profundas pendejadas, como es el caso de los griegos. El trabajo no era una ocupación digna y por tanto se relegaba a las clases inferiores o los esclavos. De hecho todavía se puede observar que esa tradición no se ha perdido completamente. Basta echarle un vistazo a la revista Hola o los miles de clones que se publican en la Madre Patria, para darse cuenta que las clases altas y aristocráticas europeas siempre andan de bonche recreacional, sonriendo a la cámara con un bronceado que no se como puñetas les dura todo el año. Se les puede ver en invierno esquiando el Suiza, en primavera en un yate en el Pacifico Sur, en verano en Mallorca y en otoño en cualquier capital europea discoteando. Todavía no llego a entender totalmente que placer encuentran los lectores de estas revistas viendo a todo estos parásitos dándose la buena vida, mientras uno tiene que hacer milagros financieros para pasar un fin de semana en Margarita.
Pero siguiendo con la narrativa, resulta que los conquistadores españoles no eran ajenos a esa tradición, excepto que contrario a los sajones, no tomaron en consideración el efecto “braguetazo” que se iría a producir en sus aventuras por el nuevo mundo. En efecto, los sajones siempre vieron con desprecio a los nativos, nunca mezclándose y llegando al punto de casi extinguirlos. Los españoles, por el contrario, no podían ver un culo moreno que no trataran de echarle mano. De aquí es que viene el mestizaje y el cachondeo por tradición, pues malamente podía los señores encopetados criollos mantener cualquier tipo de organización seria en su casa o fuera de ella, cuando no podían mantener la libido en control ante el contoneo de las nalgas criollas. Cuando los sajones del norte ya tenían una constitución, nosotros teníamos un inmenso despelote. Y lo peor de todo es que lo gozaban.